- Título original: Bad Channels
- Nacionalidad: Estados Unidos
| Año: 1992 - Director: Ted Nicolaou
- Guión: Jackson Barr
- Intérpretes: Robert Factor, Martha Quinn, Paul Hipp
- Argumento:Un alienígena, empeñado en abducir mujeres humanas, se hará con una estación de radio para conseguirlo, rock and roll mediante.
70 |100
Estrellas: 3
Una estación de radio emite el maratón rockero de Dan O’Dare, el polémico locutor del infierno. Para su sorpresa, aquel pequeño estudio pasará a convertirse en el centro de operaciones de un curioso extraterrestre que padece una incombustible obsesión por las féminas humanas. Sin saberlo, Dan y su hard rock infraproducido serán las herramientas usadas por el alienígena, y sus disfuncionales compañeros, para la consecución de sus aviesos objetivos.
Cuando en 1992 la gran mayoría de los españoles teníamos un ojo puesto la exposición internacional de Sevilla, y el otro sobre las olimpiadas de Barcelona, resulta que los extraterrestres cabeza de trufa (véase la sexta imagen de la secuencia de fotogramas que acompaña a esta reseña) tenían su viciosa mirada concentrada en las esculturales curvas de las chicas estadounidenses. Desde luego, si existe vida inteligente más allá de esta bola de sinsabores, se trata de una civilización que nos lleva siglos de adelanto.
Y aunque ahora, veinte años después, el hombre occidental quiera dárselas de moderno con sus ipads, sus redes sociales y otras chorradas, resulta que seguimos sin conocer los secretos femeninos y como realizar el cortejo adecuadamente, ¿o queréis que os hable de algún programa de televisión de moda en la parrilla española? Sin embrago, los extraterrestres cabeza de trufa y sus robots parapléjicos (véase la segunda imagen de la secuencia de fotogramas que acompaña a esta reseña) hace todo ese mismo montón de años que descubrieron un sencillo secreto: mezclar ondas hertzianas y un poquito de hard-rock, no falla, hasta las monjas de clausura oirán activarse los oxidados engranajes de sus vulvas.
Mediante su sofisticada varita mágica, con forma de espátula doblada y una linterna acoplada en la punta – que lo mismo te lanza un rayo eléctrico, te cubre de moho, que hipnotiza a las mozas casaderas –, y usando la antena de una estación de radio como amplificador, nuestro querido extraterrestre puede montar video-clipes de bajo presupuesto para sus victimas potenciales de secuestro (véase la tercera imagen de la secuencia de fotogramas que acompaña a esta reseña).
Claro que el transporte siempre ha sido muy caro, no os digo cuantos litros de gasolina consume una nave especial de camino a Ganímedes. Pero los extraterrestres cabeza de trufa, que se las saben todas, idearon hace siglos un sistema para reducir cualquier objeto o ser vivo al tamaño de una miniatura y poder desplazarlo en cómodos vasos, y que si a mitad de camino te apetece un trago de refresco… pues ya sabes (véase la primera imagen de la secuencia de fotogramas que acompaña a esta reseña).
Aunque los alienígenas del espacio exterior son seres muy sensibles. Vale, les gusta secuestrar chicas humanas de buen ver, pero fijaos lo bien que cuidan a sus mascotas musgoides. A los extraterrestres cabeza de trufa les encanta viajar de planeta en planeta con sus propias alimañas fungoides (véase la cuarta imagen de la secuencia de fotogramas que acompaña a esta reseña). Unos simpáticos bichos probablemente parientes de Audrey II, sin gozar de su misma personalidad, por supuesto. Aunque toda criatura de más allá de la estratosfera tiene ciertas manías locales que siempre desentonan durante una invasión al uso:
¡Oye! Pero esto no puede ser, ¿cómo que se nos llevan a las mozas metidas en unos botes de cristal? ¡Encima a años-luz de aquí! Vaya drama, toda la tierra se va a terminar pareciendo al bonito pueblo de Plan. ¿Qué será lo siguiente? ¿Traer en un bus espacial “extraterrestras” cabeza de trufa solteronas? Pues alguien tendrá que hacer algo. A ver que héroes teníamos disponibles en 1992: Cobi no acertaría ni a mear dentro de la taza, Spiderman está demasiado ocupado jugando a los chinos con el Dr. Octopus y Superlópez no ha dejado de beber mojitos en el pabellón de Hawai desde que comenzó la Expo. Afortunadamente nos queda libre un tipo que no le tiene miedo a nadie, su piel con moreno de oficina se ha curtido en las emisoras más peligrosas de los E.E.U.U., su capacidad para soportar la polka es más legendaria aun que la de Steve Urkel. Ni más ni menos que Dan O’Dare, el único locutor de radio capacitado para emitir en la frecuencia 666 (véase la cuarta imagen de la secuencia de fotogramas que acompaña a esta reseña).
Vamos a ver, Charles Band (genio y figura tras la archiconocida Full Moon), ¿qué carajo habías tomado el día que tuviste la idea para esta película? ¿Cómo convenciste al genial Culto de la Ostra Azul para realizar la banda sonora? ¿No les pagarías con copias del VHS? Sabes que te apreció y respeto como a uno de los papis de las “caspamovies”, pero aquí la cabeza te derrapaba. ¡Vaya película demencial! Casi se sale de los cánones de tu productora.
¡No! No me malinterpretes, por favor. Vale que tu productora no vivía los mejores tiempos, lejos quedaban las joyitas de la Empire (como mis veneradas Torok o Ghoulies), pero es que el diseño de producción de Bad Channels es peor que su título. ¡Claro! Bastante tenías con intentar producir tres películas al año para recaudar con que pagarle los vicios a Ted Nicolau. Sí, bueno, ¿para qué buscar otro director? Total, el muchacho ya lo hizo todo lo mal que pudo en Subespecies; además como había dirigido Terrorvision, de la que ésta tiene mucho de calco borroso, seguro que se sentía cómodo con las imitaciones de actores que le impusiste.
Ahora no vengas con excusas Charlie, ¿cómo que Jackson Barr destrozó tu idea original cuando terminó el libreto? ¡Qué forma de esquivar las balas! Si se trataba de un hombre de la “casa”: Robot Wars, Trancers III, Mandroid, Semilla Negra… Vale que acabaste por darle la patada, pero los actores podrían haber sido algo más que “cachocannes”. De acuerdo que todos os tomasteis Bad Channels a cachondeo… ¡por supuesto que la considero una comedia! Jodidamente bizarra, eso sí. No obstante ni Paul Hipp ni Martha Quinn es que hayan tenido carreras reseñables, aunque desde luego no hacía falta mucho “arte y ensayo” para sacar adelante la película.
¡Ja, ja, ja! ¡Sí! Un buen delirio en cuanto a efectos especiales – que diseños Charlie, ¡como te pasaste! –, mucho plástico, robots hechos con un Mecano, sobredosis de spray verde, rayos pintados directamente sobre el metraje y chicas guapas. ¿Para que quiere uno buenos actores con esos ingredientes? Ahí te faltó un poco más de picante, es gracioso saber que toda enfermera lleva lencería fina debajo del uniforme pero podrías haber llegado “un poco más lejos”. Al fin y al cabo se trata de una película que quiere reírse un poco a costa del “rock and roll”, y la buena música debe rebosar poderío sexual. ¡Coñe Charlie! ¿Qué tendrá que ver el poderío sexual con tomarte ahora veinte viagras? Nada, que la mona por mucho que se vista de seda…
¿¡Qué si me han gustado los video-clipes!? Bueno, no sé que decir. Igual de poco creíbles que son los abortos de actores están los “hard-rockeros” que interpretan los temas. Todo tiene un gusto tan propio de los ochenta, antes que de los 90 (te costó estrenarla, ¿eh?), que es imposible no dejarse llevar por su naturaleza “camp”. Ahora bien, te reconozco que el video que incluye doctores bailando samba, pacientes trepanados, payasos cyberpunks, clowns psicópatas disfrazados de vaca y una monja punteando una guitarra de flecha… bueno, bueno… momentazo psicotrópico, increíble, “alunizante”, una pasada… lo mejor de tu carrera, sin dudas.
Bueno, no te mosquees. De acuerdo, estaba siendo un poco irónico pero mira, te voy a ser sincero: si tuviese que puntuar tu película como una “película de verdad” le daría un cero. Así, sin tapujos. Pero… ¡no llores todavía tonto! ¡Si esto de hacer películas intelectuales está pasado de moda!… De verdad, que si yo puntuase por su validez como “caspamovie” igual le daba hasta más de ciento cuarenta. ¡Te lo juro! Mira, vamos a dejarlo más o menos en una nota media entre 0 y 140. Porque igual lee esta reseña alguien que no entiende de que va esto de las películas tan malas que se convierten en una experiencia imprescindible. Espera, ¿¡qué te de más puntos?! No majete. Le pesa demasiado ser una cinta pensada y planteada como una serie “b” directa para el público más alienado, es todo muy obvio e inmediato, ¿me entiendes?
Mira Charlie, confórmate sabiendo que has dejado a lo largo de tu carrera obras cumbres como ésta, porque ahora no vas a conseguir resucitar de tu miasma auto impuesto. Y por supuesto no se me olvida tu intento, algo patético si me permites la sinceridad, de propiciar un marco común para varias de tus películas de los noventa. Invito a que todos aquellos valientes, que solo quieran chorradas durante hora y veinte, se queden hasta después de los créditos. Así serán premiados con la única escena que proporciona cierta lógica y coherencia argumental a Bad Channels y a sus hermanitas de la época… pero esa conversación la seguiremos otro día, ¿te parece Charlie?
Lo mejor: Es tamaña la locura a nivel argumental, tan absurda y patética en lo demás, que si quieres ver una MALA película, te hipnotizará como si fueses un niño pequeño.
Lo peor: Lo relativo a que es un subproducto: si no tienes ganas de ver una MALA película puede que estampes tu sofá contra la televisión.
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